sábado, marzo 5

Qué raro es levantarse algunas mañanas y descubrir cómo ha cambiado el mundo a nuestro al rededor... Darnos cuenta de que todo aquello que creíamos, que soñabamos, que vivíamos, que anhelabamos y que sobre todo sentíamos, ya no existe. Que debemos crecer, está bien. Que debemos madurar, también está bien. Pero, ¿por qué no hay nadie que nos enseñe? Alguien que pueda ser nuestro manual del bien y el mal, nuestro guía en el duro camino de ser adultos, quien nos contenga cuando haga falta y nos corrija cuando erremos el rumbo para no tropezar. Parecerá muy iluso, pero ese alguien no existe simplemente porque debemos caer. Para aprender a levantarnos, para aprender a continuar, para entender el por qué de las cosas que nos pasan y que no logramos comprender.
Cómo me gustaría volver a las épocas donde nada más importaba, donde lo más difícil era salir a jugar, a correr y a disfrutar de los pequeños momentos. Cómo desearía que las charlas con amigas nunca hubieran dejado de ser de muñecas y pinturas, para convertirse en quejas del trabajo, los estudios y hasta de los hijos. Qué duro es pensar que antes solamente cambiábamos la ropa de muñequitas de papel cuando hoy debemos hacernos cargo de nuestras vidas, de cambiar pañales, de pagar cuentas y de qué será lo que deba estudiar.
¡Y qué parecidas que somos a las muñequitas de papel! Frágiles y débiles. Muy cambiantes pero muy simples a la vez. Con muchas fascetas, pero una sola unidad difícil de derrumbar.
Creo que si pudiera volver a la época donde solo existían las muñequitas de papel, entendería por fin, por qué elegí el camino que recorro y estoy segura de que lo volvería a hacer, aunque duela...

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