jueves, septiembre 8

Hace tanto tiempo que no me sentía así. Pensé que nunca volverían los días de incertidumbre. Pero a medida que se acerca el día, es como que siento correr un reloj gigante a cada momento. A veces pienso que así se sentiría el conejo de Alicia en el país de las Maravillas. Corriendo siempre tras de algo que nunca se supo bien qué era. Como yo. El reloj apurando su marcha, dándole menos segundos por cada vez que paraba a decir dos palabras. Presión. Esa es la palabara justa para esta sensación que hoy me invade el pecho y me oprime los deseos. Y no porque alguien me corra o me diga que me debo apurar. Sino por mi misma. Yo sola corro tras de mi. Yo sola me obligo a ir más rápido. Y tan solo porque yo sola sé que queda poco para terminar. Quedan escasos meses que seguro serán los que dejen marcas en mi destino. Y la decisión a tomar, también aprieta. Es tan difícil decidir. Evaluar las opciones, sabiendo que ninguna es del todo satisfactoria. El miedo. La incertidumbre. Todo acecha sobre mi. Y por eso corro. Cada vez más rápido, aunque parezca en cámara lenta. Las horas no pasan, como si predijeran que el final se acerca y trataran de alejarlo de aquí. Sin darme cuenta, solo yo veo ese lento andar. A mi al rededor, todo vuela, todos van veloces a mi lado, pero sin mirarme, sin darme una palabra de aliento. Algo de ayuda que me pueda aliviar. Nadie conoce mi intranquilidad, nadie sabe que no quiero que termine. Nadie, nadie, nadie. A veces pienso que ni siquiera yo sé qué me pasa. Me siento rara. Como hace mucho no sentía. Y la angustia es protagonista, otra vez. Cómo me gustaría cerrar los ojos y no abrirlos jamás. Pero algo me detiene. Algo que siento y que está al otro lado de mis párpados inmóviles. Ese mismo algo que me corre. Rápido, rápido. Como al conejo de Alicia. Aunque quiero pensar que por lo menos yo, sí persigo algo y no es algo lo que me persigue a mi. Y claro, quiero alcanzarlo antes de que se me acabe el tiempo en este intranquilo y traicionero reloj.